La tarde caía lentamente, su muerte, aquella que siempre había temido, estaba frente a él.
Sabía que no duraría mucho, tan sólo faltaba la decisión del mar; su amigo, su verdugo....
La tormenta había abierto en dos su barco y sólo, agarrado a una roca que lo sustentaba, aguardaba el fin.
La marea sería plena al ocultarse el sol y poco podría hacer para escapar de sus garras.
Llevaba dos días peleando contra las bravas aguas del norte, aferrándose a esa roca cuando el mar se lo permitía, pero sus fuerzas ya no eran suficientes; sabía que en esa pleamar no podría pelear y esperar a que de nuevo su único medio de soporte volviera a la superficie.
Las fuerzas le fallaron y el primer trago de agua salada quemó su garganta. Sus pulmones se abrasaban al dejar entrar el agua y su mente se perdió... en su mente sólo un recuerdo el dolor de morir en soledad.
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